El príncipe sapo
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Garabatos
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Hace mucho tiempo, los malvados magos, no tenían nada mejor que hacer, que enseñar a los jóvenes príncipes aquellas asignaturas útiles para gobernar un reino que ninguno de ellos tenía ganas de aprender, por lo que se estableció la costumbre de que si no aprobaban las mates estos los convertían en rana hasta que recitasen la tabla del 7 ó los besase una doncella casadera. A los reyes no les quedó más remedio que decretar que la doncella que desencantase a un príncipe se casaría con este, ya que no tenían ninguna fe en que sus hijos pudiesen multiplicar por 7 siendo ranas, cuando no habían podido hacerlo siendo príncipes. De manera que durante las vacaciones de verano las doncellas casaderas iban por ahí, como locas, besando ranas y convirtiéndose en princesas herederas. El mago Panchín estaba más que harto de su alumno, pues éste, a pesar de ser muy listo, se pelaba las clases impunemente pasándose el día en diversiones y gastándole bromas pesadas a todo el mundo, menos a los reyes claro. Así que al suspender con un CERO muy gordo decidió darle una lección y cambió el encantamiento. Primero lo convertiría en un sapo asqueroso, en vez de en una bonita rana y solo dejaría de ser un sapo si recitaba TODAS las tablas de multiplicar, o si una princesa lo estampaba de una patada. El rey, que no estaba enterado del cambio del hechizo, publicó el bando de costumbre, mientras su hijo esperaba en un charco cercano el desfile de doncellas con ganas de patearlo. Pero claro el pregonero dijo besar, la costumbre mandaba besar, y las doncellas casaderas tenían muy buenos modales y no andaban por ahí pateando nada. Así que el pobre estaba harto de que lo besasen, estaba harto de ser un sapo y de comer moscas y no había manera de conseguir que las delicadas damiselas lo pateasen. Intento recordar las tablas de multiplicar pero no lograba pasar mas allá de la tabla del 5. Por lo que al fin, desesperado decidió marcharse lejos del reino de su padre, por ver si conseguía encontrar un rincón tranquilo donde ninguna doncella hubiese escuchado el Bando Real, o donde pudiese meditar sobre la multiplicación. Cansado de vagar sin éxito, y de recibir besos a diestro y siniestro decidió quedarse a vivir en un pozo abandonado, donde no lo molestarían. Ya había conseguido llegar a la tabla del 8 cuando una tarde, ¡Pum!, le cae una pelota en la cabeza, y oye una dulce voz que le pide. —Sapito guapo, sapito bueno, dame mi pelota por favor. Era una princesa vecina, muy hermosa y bastante malcriada, que siempre conseguía que su padre el rey le consintiese todos sus caprichos. Pero su belleza unida a la dulzura de su voz y sus modales pícaros, cautivaron al príncipe, el cual se enamoró al instante. —¿Qué me darás a cambio de tu pelota?, le pregunta el príncipe sapo. —Lo que tu quieras, le contesta ella. —Bien, has de invitarme ha pasar una temporada contigo, darme de comer de tu plato, arroparme por las noches y contarme una historia antes de dormirme. Prométeme que cuidarás de mi como de un hermano. —Te lo prometo, todo lo que tu quieras, pero ahora dame mi pelota, que me esperan, he de terminar de jugar antes de volver a casa. —Toma tu pelota, te espero, has de llevarme a tu casa, no lo olvides. —Que no lo olvido, que luego vuelvo. Así que la princesa volvió con sus amigas y a su juego decidida a no llevar a ningún sitio a ningún sapo asqueroso. A la noche cuando el rey y su familia estaban cenando vino el jefe de la guardia a informar al rey de que en la puerta había un sapo que afirmaba estar invitado por la princesa a pasar una temporada en palacio. —Hazlo pasar —ordenó el rey— Señor sapo, que se le ofrece a estas horas, como ve intentamos comenzar a cenar. —Vuestra hija señor, me prometió hospedaje durante una temporada, darme de comer de su plato, arroparme por las noches y me contaría una historia antes de dormir, que me cuidaría como a un hermano, si le devolvía una pelota que cayó a mi pozo mientras jugaba. El rey mirando a la princesa le dijo: —Y bien, que tienes que decir a esto jovencita. Ella se puso como un tomate, pero con su voz más zalamera, dio mil y una razones por las que no estaba obligada a cumplir con su palabra. —Un rey solo tiene una palabra, y tu has de aprender a comportarte como una futura reina. Si tanto asco te daba no haberle dado tu palabra, eres capaz de cualquier cosa para salirte con la tuya y has de aprender que hay que respetar a los demás, cumplirás tu palabra, y además estas castigada por ser tan grosera y haber hecho llorar a tu madre, la reina, del disgusto. —Disculpe usted señor sapo, ahora me doy cuenta de que la hemos mimado demasiado, pero le prometo que ella va a cumplir su palabra, o se pasará la vida castigada. Ella, ¡qué remedio!, le va dando trocitos de su comida, mientras piensa como librarse de el sin que su padre la castigue. Y a la hora de irse a dormir descubre que sus padres han ordenado que pongan la cama de juguete en su misma habitación, y después de darle las buenas noches, la dejan con ese sapo asqueroso, el cual le dice: —Ahora arrópame y cuéntame un bonito cuento, hermanita. Y ella se acuerda de que por culpa de ese sapo la han castigado y no podrá salir a jugar por mucho tiempo, que ese sapo se le comió todo lo rico, y le dejo todas las verduras para ella, que se zampó todo el pastel de manzanas, y cuando quiso pedir más su madre le riñó por golosa. Que por su culpa su padre, que siempre le consentía todo se ha enfadado con ella, y se ha puesto muy triste su madre, que hasta ha llorado. —Te estoy esperando, vamos o se lo diré a tu padre. Y a ella le da una rabieta y se pone a chillarle, que se vaya, que la deje en paz, que le da mucho asco, que es muy feo. Y el sapo venga ha hacerle burla: —Se lo diré a tu padre, se lo diré a tu padre. Así que la princesa va y le pega una patada, y el sapo sale volando con camita y todo. Corriendo acuden los reyes y los guardias a la habitación a ver que era ese escándalo. Y descubren que el sapo se había convertido en un apuesto príncipe que le prometía a todos saberse al día siguiente todas las tablas de multiplicar. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.