La fregona
(Puedes cambiar el texto, la velocidad o el tamaño) TRABAJO DESARROLLADO POR
http://olesur.com/educacion/
Tiempo: en segundos
100 ms (milisegundos)
200 ms (milisegundos)
300 ms (milisegundos)
400 ms (milisegundos)
500 ms (milisegundos)
600 ms (milisegundos)
700 ms (milisegundos)
800 ms (milisegundos)
900 ms (milisegundos)
1 segundo
2 segundo
3 segundo
4 segundo
5 segundo
6 segundo
7 segundo
tamaño de la fuente
10
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
Arial
Acali
Garabatos
Texto
Érase una vez un rico señor que acostumbraba a ausentarse de su casa, junto con toda su familia, durante las vacaciones, ya que las pasaba en la finca de su anciano suegro. No es que fuesen malos amos, ni que riñeran excesivamente a sus criados. Pero cuando esto ocurría los sirvientes que no les acompañaban y permanecían en casa, tenían más libertad para hacer el vago que cuando estaba la familia. Aunque el mayordomo era un auténtico sargento, que no tenía nada mejor que hacer que andar por ahí con algodones con que frotar los rincones para demostrar lo sucios que estaban. Una noche se quedaron hasta más tarde de lo normal en la cocina, contándose cuentos, tanto fue así que Bruno, el pequeño aprendiz de jardinero, se «quedó frito» debajo de la mesa sin que nadie lo echase en falta al irse todos a dormir. El pequeño Bruno se despertó sobresaltado por un ruido, casi se muere de miedo cuando ve que entra un asno en la cocina. Un gran asno blanco, que acto seguido se coloca un delantal y se pone a fregar los platos, a limpiar fogones, ventanas, azulejos, barrer... en fin, todo lo que se suponía que tenían que haber hecho las chicas, pero bien hecho; Al terminar, vio como el asno se quita el delantal y se marcha. Tan asustado estaba el pobre Bruno, que no pudo pegar ojo el resto de la noche. Al contarlo durante el desayuno, los otros criados se burlaban y le tomaban el pelo, diciéndole que lo había soñado, pero el pequeño Bruno porfiaba y discutía que le creyesen, que el sabía lo que había visto, que no lo había soñado. El mayordomo, que era el jefe de todos, lo castigó sin postre por fantasioso, afirmando que los asnos no llevaban delantales, ni fregaban los platos, que si no los amos tendrían asnos en vez de criados, porque a los asnos no había que pagarles sueldo. Creyendo que le darían una lección al pequeño, para que aprendiese a decir siempre la verdad y no quedarse dormido debajo de las mesas, dejaron todo por fregar y le dijeron al pequeño aprendiz que si no lo limpiaba el asno por la noche, tendría que hacerlo él por la mañana. Y con estas se fueron a dormir. Cual no sería la sorpresa de todos al encontrárselo todo limpio y reluciente a la mañana siguiente. La mayoría de los de cocina se sentían muy contentos, pensando que eso era como unas vacaciones. Pero el mayordomo no las tenía todas consigo, no creía que fuese una broma del crío, pues para dejarlo todo tan limpio hubiese necesitado estar toda la noche trabajando, con lo que por la mañana se hubiese estado cayendo de sueño, y no hubiese sido capaz de hacer su trabajo y los pequeños recados que le encargaban todos sin haberse buscado un rinconcito para dormir. Había estado vigilándolo bien. No, no había sido el crío, pensó sería alguien que le quiso echar una mano, evitándole tener que limpiar los platos de la noche. Pasaron varios días y las cocineras seguían dejando los platos y cacerolas de todo el día sin limpiar. Ya no se quedaban en la mesa de la cocina a contar historias después de la cena, no se podía, la mesa daba asco por la noche, llena de trastos sucios, manchas, restos de cebollas y cáscaras de patatas. Queriendo ver quien era el bromista o buen samaritano entre sus subalternos, el cual desde luego no era muy inteligente a la hora de gastar bromas, pues la suya le debía de cansar muchísimo, el mayordomo decidió ponerse el despertador para las 4 de la mañana sin decirle nada a nadie y ver a que tonto pillaba haciéndole el trabajo a los demás. Al asomarse a la cocina no podía creer lo que sus ojos veían. —¿Quién eres, por qué le haces el trabajo a las chicas? —Mi nombre es Lucía, hace décadas yo fui una sirviente perezosa que dejaba que mis compañeras hiciesen todo el trabajo por mí. Estando a punto de jubilarme fui hechizada por una de mis compañeras que no era otra que la bruja Gumersinda, que andaba de incógnito, mi castigo consiste en limpiar esta cocina todas las noches. La cosa no sería tan mala si no fuese porque haga buen o mal tiempo, tengo que esperar escondida allí afuera a que todos en la casa duerman, y mi reuma me está matando. El mayordomo se retiró, muy pensativo y al día siguiente les contó a todos lo que había ocurrido. Le pidió perdón al chiquillo por haberle castigado sin postre por mentir, que tenía razón y había un asno con delantal, pero que tuviese muy presente que éste asno no era un simple asno, sino una fregona encantada. —Los asnos auténticos no llevan delantal, —afirmó, muy serio. Luego les soltó un sermón a todas las chicas, sobre lo que les podía ocurrir si no se volvían más diligentes y hacendosas, poniéndoles al asno por ejemplo de como terminaban los perezosos, ya que cualquiera sabe por donde andan los hechiceros de incógnito hoy en día. Las chicas se burlaron, le dijeron que unas vacaciones era algo a lo que nunca tendrían derecho y que no estaba de más aprovecharse un poco, y al menos tener solo la mitad de la faena por hacer mientras los señores estuviesen fuera. Que después ya trabajarían con más brío. De todas formas, tenían buen corazón y una buena mano para las labores, así que decidieron hacerle un capote al asno con algunos retales, para que pudiese resguardarse de la lluvia y el aire helado de la noche. Una vez lo terminaron ninguna quiso entregárselo, pues les daba mucho miedo todo eso de los encantamientos. Así que al fin decidieron que fuese el mayordomo quien lo hiciese, al fin y al cabo era el jefe, y ya había hablado con la fregona encantada. Así que al llegar la noche e irse todos a dormir el mayordomo esperó un buen rato antes de ir a la cocina y entregarle al asno su regalo. Esta se mostró muy emocionada, dándole las gracias se quitó el delantal, se puso la capota, se despidió e iba a marcharse cuando el mayordomo le preguntó: —Pero, ¿Qué ocurre, hoy no terminas de fregar y limpiar? —¿No te lo había dicho? Puedes decirle a las chicas que se acabaron las vacaciones. Mi castigo terminaba en el momento en que alguien me lo agradeciese de corazón. ¡Qué mejor agradecimiento que esta capota de retales con un trabajo tan primoroso! Ahora me voy a buscar a la bruja Gumersinda para que me devuelva mi forma original y ver si llegamos a un acuerdo sobre los términos de mi jubilación, que al fin y al cabo ella ha sido mi última patrona. Gracias de nuevo. —Y diciendo esto se marchó. Al día siguiente todos andaban bastante malhumorados, pues el mayordomo les hizo madrugar más de lo normal para que lavasen los platos del día anterior, y lamentaban haberse dado tanta prisa en terminar la capota. Si al menos hubiesen esperado a que volviesen los amos Pero de todas formas, todos se esmeraron en hacer bien su parte del trabajo, no fuese que la bruja Gumersinda estuviese buscando a alguien que sustituyera al asno. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.