LA CAMISA DEL HOMBRE FELIZ

Había una vez una reina que tenía un único hijo, al que le dedicaba todos sus desvelos. Sin embargo, el príncipe era un joven triste y con aire desdichado.

- Hijo, dime qué te hace falta para ser feliz -le preguntaba ella constantemente.

- No lo sé, madre -respondía con amargura el joven.

La soberana intentaba distraerlo por todos los medios. Pero ni haciéndolo participar en tareas de gobierno ni proporcionándole diversiones, lo conseguía. Al contrario, el rostro del príncipe fue volviéndose cada vez más mustio y apagado, hasta que acabó por enfermar gravemente.

Desesperada, la reina mandó llamar a palacio a todos los médicos del reino. Pero ninguno logró dar con el mal que aquejaba al príncipe.

Un día se presentó en la corte un anciano y solicitó audiencia con la soberana.

- Majestad, he sabido de la enfermedad del príncipe y quiero intentar curarlo.

- Gracias, buen hombre -contestó la reina con un rayo de esperanza en su rostro-. Decidme qué podemos hacer.

- Señora, debéis buscar la camisa de un hombre feliz. Creo que el contacto con esa prenda podrá contagiar al príncipe de la dicha que le falta. Pero tiene que ser la camisa de un hombre verdaderamente feliz. Si no, no servirá.

Sin perder un instante, la reina envió a sus embajadores por todo el mundo en busca de un hombre feliz.

Pasado un tiempo, la visitaron muchas personas que parecían felices. Pero, durante sus conversaciones, ella no tardaba en descubrir que aquel que tenía salud y familia, echaba en falta el dinero; y aquel que poseía riquezas, se sentía solo. Nadie, pues, era totalmente feliz.

Un día, muy de mañana, la reina salió a dar un paseo por el campo. Estaba amaneciendo cuando, en una viña, vio a un joven que entonaba una alegre canción mientras realizaba un duro trabajo.

- Buenos días, majestad -saludó el campesino, muy sorprendido por aquella visita.

- Dime, campesino, ¿no te gustaría dejar este trabajo tan sufrido? Podrías cambiar de vida y…

- ¡Oh, no, majestad! No deseo cambiar mi vida. Soy muy feliz en el campo, trabajando al aire libre…

La reina se dio cuenta de que había encontrado, por fin, a la persona que estaba buscando. ¡Un hombre completamente feliz!

- Escucha, joven, ¿puedo pedirte un favor?

- ¡Por supuesto! Si puedo, lo haré de todo corazón.

- Necesito que me des tu camisa -pidió la reina.

- Es que… Verá, señora, yo no tengo ninguna camisa… Sólo tengo esta vieja chaqueta -balbuceó el joven mientras se despojaba de la prenda y se la tendía a la soberana.

¡El hombre feliz ni siquiera tenía una camisa! Sin salir de su asombro, la reina cogió la chaqueta pensando que quizá también serviría, porque pertenecía a un hombre que era totalmente feliz.

León Tolstói