Con la escoba

Estaban encendiéndose las luces de la calle cuando el aprendiz, con su escoba al hombro, salió por las calles del pueblo. Iba silbando y se dirigió hacia una lucecilla. Se abrió una ventana sobre su cabeza. Era la casa del señor José y un niño de cabello dorado preguntó:
-¿Quién eres tu?
-Soy el aprendiz del tendero Ezequiel. Dile a tu padre si quiere que barra su tienda por muy poca cosa a cambio.
-¿Qué cosa a cambio?
-Solamente un trocito de carne.
El niño entró y volvió a salir, muy alegre, pues aquel aprendiz silbaba una canción muy bonita y le gustaba escucharla.
-Pasa -dijo-. Mi padre está conforme. Dice que siente compasión al saber quién es tu amo.
El aprendiz entró en la tienda oscura y fría y empezó a barrer. El hijo del señor José se sentó en los peldaños de la escalera a observarlo. Al rato, se dio cuenta de que lo que barría el aprendiz tenía un brillo extraño.
-Llama a tu padre y dile que he encontrado algo -dijo el aprendiz cuando formó un montoncito en el suelo.
-¿Qué diablos quieres?-gritó el señor José al entrar por la puerta.
-¡Oh, señor, no se enfade conmigo! -dijo el aprendiz, haciéndole una reverencia-. Sólo quería avisarle de que he encontrado esto en su tienda.
El señor José se agachó a mirarlo, y empezó a dar gritos de alegría:
-¡Oro, oro! ¡Venid todos, que hemos encontrado oro!
Acudieron la mujer y los niños. A todos les corrían lágrimas por las mejillas.
-Toma tú la mitad. Por haberlo encontrado -dijo el señor José.
-No -respondió el aprendiz-. Sólo quiero un trocito de carne.

Ana María Matute. El aprendiz (Adaptación).