MEMORIAS DE UN NIÑO CAMPESINO


Era una tarde del mes de Navidad. Llovía mucho y el río comenzó a desbordarse. La abuela me encargó que fuese a buscar la tabla de lavar, que estaba en la represa del molino. Corrí cuanto me daban las piernas, pero cuando le eché la mano, me resbaló un zueco y caí en el agua terrosa. El río me llevaba cada vez con más fuerza. Yo no perdí el conocimiento, aunque debió de faltarme poco. En ese momento sentí que me tiraban de una pierna y poco después me encontraba sobre la hierba de la orilla. Mi salvador era Lelo Cidre. Le di un gran abrazo. Si no hubiera sido por él, habría muerto ahogado.
“Los amigos hay que cuidarlos, como se cuida una cosecha”, me había dicho el abuelo, y yo, convencido de que Lelo era un amigo de verdad
, me eché a quererlo y a mostrarle estima.
Lelo era muy pobre. Hijo de
caseros, igual que yo, pero tenía la ventaja de no darse a cavilaciones. Cantaba y reía aunque tuviera hambre y anduviera desnudo. Me hace recordar el cuento, que dice alguno, del hombre feliz que no tenía camisa.
En una cajita de lata, muy graciosa – en aquel entonces no había comprado la
alcancía de barro -, guardaba yo mis pequeños ahorros. Algunas monedas que iba juntando. ¿Quién me las había dado? Un rapaz servicial siempre recoge algo. Por cuidarle el caballo al ingeniero, o llevar la compra al jubilado o a otros señores, cuando se mata el puerco. Fui a casa de Lelo para regalarle la cajita con el dinero, además de un cinto blanco que me había traído de África mi tío Braulio.
-Yo no quiero nada – me dijo.
-Por ti puedo contar el cuento. Me salvaste la vida. No sé nadar y me hubiese estrellado contra la reja del molino.
-Sí, pero esos trabajos no se cobran.
-Ni hay dinero que los pague –le dije-. No vengo a pagar un trabajo; te traigo un regalo.
Después de mucho discutir se quedó con el cinto.
-Yo quiero ser tu amigo, Lelo.
-Ya somos amigos.
-Quiero que andemos juntos, hablemos de nuestras cosas...
-Por mí ya está-me dijo.
Y tuve un amigo. Siempre nos hemos llevado bien. Todos los días hacíamos nuestros proyectos para cuando fuésemos grandes. Lelo quería aprender música y tocar el bombardino o la trompeta. Ya sacaba algunos chiflidos de una pequeña flauta que le había dado su hermano mayor. Además,
se le metió en el magín ser marinero. Nunca había visto un barco ni el mar, pero su padre había estado en El Ferrol y hablaba siempre de aguas y vientos. Yo quería ser maestro de escuela o, por lo menos, herrero. Pero también quisiera volar. Conducir un avión para ir por el mundo adelante, viajando sobre las nubes.
NEIRA VILAS. Memorias de un niño campesino. Madrid, Ed. Júcar, 1974