Juan Salvador Gaviota (libro online)

por Richard Bach

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IX

Había pasado un mes tan sólo cuando Juan dijo que había llegado la hora de volver a la Bandada.

-¡No estamos preparados! -dijo Enrique Cálvino Gaviota-. ¡Ni seremos bienvenidos! ¡Somos Exilados! No podemos meternos donde no seremos bienvenidos, ¿verdad?

-Somos libres de ir donde queramos y de ser lo que somos -contestó Juan, y se elevó de la arena y giró hacia el Este, hacia el país de la Bandada.

Hubo una breve angustia entre sus alumnos, puesto que es Ley de la Bandada que un Exilado nunca retorne, y no se había violado la Ley ni una sola vez en diez mil años. La Ley decía quédate, Juan decía partid; y ya volaba a un kilómetro mar adentro. Si seguían allí esperando, él encararía por sí solo a la hostil Bandada.

-Bueno, no tenemos por qué obedecer la Ley si no formamos parte de la Bandada, ¿verdad? -dijo Pedro, algo turbado-. Además, si hay una pelea, es allá donde se nos necesita.

Y así ocurrió que, aquella mañana, aparecieron desde el Oeste ocho de ellos en formación de doble-diamante, casi tocándose los extremos de las alas. Sobrevolaron la playa del Consejo de la Bandada a doscientos cinco kilómetros por hora, Juan a la cabeza, Pedro volando con suavidad a su ala derecha, Enrique Calvino luchando -mente a su izquierda. Entonces la formación entera giró lentamente hacia la derecha, como si fuese un solo pájaro... de horizontal... a... invertido... a... horizontal, con el viento rugiendo sobre sus cuerpos.

Los graznidos y trinos de la cotidiana vida de la Bandada se cortaron como si la formación hubiese sido un gigantesco cuchillo, y ocho mil ojos de gaviota les observaron, sin un solo parpadeo. Uno tras otro, cada uno de los ocho pájaros ascendió agudamente hasta completar un rizo y luego realizó un amplio giro que terminó en un estático aterrizaje sobre la arena. Entonces, como si este tipo de cosas ocurriera todos los días, Juan Gaviota dio comienzo a su crítica del vuelo.

-Para comenzar -dijo, con una sonrisa seca-, llegasteis todos un.poco tarde al momento de juntaros...

Un relámpago atravesó a la Bandada. ¡Esos pájaros son Exilados! ¡Y han vuelto! ¡Y eso... eso no puede ser! Las predicciones de Pedro acerca de un combate se desvanecieron ante la confusión de la Bandada.

-Bueno, de acuerdo: son Exilados -dijeron algunos de los jóvenes-, pero, oye, ¿dónde aprendieron a volar así?

Pasó casi una hora antes de que la Palabra del Mayor lograra repartirse por la Bandada: Ignoradlos. Quien hable a un Exilado será también un Exilado. Quien mire a un Exilado viola la Ley de la Bandada.

Espaldas y espaldas de grises plumas rodearon desde ese momento a Juan, quien no dio muestra de darse por aludido. Organizó sus sesiones de prácticas exactamente encima de la Ptlaya del Consejo, y, por primera vez, forzó a sus alumnos hasta el límite de sus habilidades.

-¡Martín Gaviota -gritó en pleno vuelo-, dices conocer el vuelo lento! ¡ Pruébalo primero y alardea después! ¡VUELA!

Y de esta manera, nuestro callado y pequeño Martín Alonso Gaviota, paralizado al verse blanco de los disparos de su instructor, se sorprendió a sí mismo al convertirse en un mago de vuelo lento. En la más ligera brisa, llegó a curvar sus plumas hasta elevarse sin el menor aleteo, desde la arena hasta las nubes y abajo otra vez.

Lo mismo le ocurrió a Carlos Rolando Gaviota, quien voló sobre el Gran Viento de la Montaña a ocho mil doscientos metros de altura y volvió, maravillado y feliz y azul de frío, y decidido a llegar aún más alto al otro día.

Pedro Gaviota, que arnaba como nadie las acrobacias, logró superar su caída "en hoja muerta", de dieciséis puntos, y al día siguiente, con sus plumas refulgentes de soleada blancura, llegó a su culminación ejecutando un tonel triple que fue observado por más de un ojo furtivo.

A toda hora Juan estaba junto a sus alumnos, enseñando, sugiriendo, presionando, guiando. Voló con ellos contra noche y nube y tormenta, por el puro gozo de volar, mientras la Bandada se apelotonába miserablemente en tierra.

Terminado el vuelo, los alumnos descansaban en la playa y llegado el momento escuchaban de cerca a Juan. Tenía él ciertas ideas locas que no llegaban a entender, pero también las tenía buenas y comprensibles.

Poco a poco, por la noche, se formó otro círculo alrededor de los alumnos; un círculo de curiosos que escuchaban allí, en la oscuridad, hora tras hora, sin deseo de ver ni de ser vistos, y que desaparecían antes del amanecer.