Juan Salvador Gaviota (libro online)

por Richard Bach

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Un mes después del Retorno, la primera gaviota de la Bandada cruzó la línea y pidió que se le enseñara a volar. Al preguntar, Terrence Lowell Gaviota se convirtió en un pájaro condenado, marcado por el Exilio y octavo alumno de Juan.

La próxima noche vino de la Bandada Esteban Lorenzo Gaviota, vacilante por la arena, arrastrando su ala izquierda hasta desplomarse a los pies de Juan.

Ayúdame -dijo apenas, hablando como los que van a morir-. Más que nada en et mundo, quiero volar...

-Ven pues -dijo - Juan-. Subamos, dejemos atrás la tierra y empecemos.

-No me entiendes. Mi ala. No puedo mover mi ala.

-Esteban Gaviota, tienes la libertad de ser tú mismo, tu verdadero ser, aquí y ahora, y no hay nada que te lo pueda impedir. Es la ley de la Gran Gaviota, la Ley que Es.

-¿Estás diciendo que puedo volar?

-Digo que eres libre.

Y sin más, Esteban Lorenzo Gaviota extendió sus alas, sin el menor esfuerzo y se alzó hacia la oscura noche. Su grito, al tope de sus fuerzas y desde doscientos metros de altura, sacó a la Bandada de su sueño:

-¡Puedo volar! ¡ Escuchen! ¡ PUEDO VOLAR!

Al amanecer había cerca de mil pájaros en torno al círculo de alumnos, mirando con curiosidad a Esteban. No les importaba si eran o no vistos, y escuchaban, tratando de comprender a Juan Gaviota.

Habló de cosas muy sencillas: que está bien que una gaviota vuele; que la libertad es la misma ensencia de su ser; que todo aquello que impida esa libertad debe ser eliminado, fuera ritual o superstición o limitación en cualquier forma.

-¿Eliminado -dijo una voz en la multitud-, aunque sea Ley de la Bandada?

-La única Ley verdadera es aquélla que conduce a la libertad -dijo Juan-. No hay otra.

-¿Cómo quieres que volemos como vuelas tú? -intervino otra voz-. Tú eres especial y dotado y divino, superior a cualquier pájaro.

-¡Mirad á Pedro, a Terrence, a Carlos Rolando, a María Antonio! ¿Son también ellos especiales dotados y divinos? No más que vosotros, no más que yo. La única diferencia, realmente la única, es que ellos han empezado a comprender lo que de verdad son y han empezado a ponerlo en práctica.

Sus alumnos, salvo Pedro, se revolvían intranquilos. No se hablan dado cúenta de que era eso lo que habían estado haciendo.

Día a día aumentaba la muchedumbre que venía a preguntar, a idolatrar, a despreciar.

-Dicen en la Bandada que si no eres el hijo de la misma Gran Gaviota -le contó Pedro a Juan, una mañana después de las prácticas de velocidad avanzada-, entonces lo que ocurre contigo es que estás mil años por delante de tu tiempo.

Juan suspiró. Este es el precio de ser mal comprendido, pensó. Te llaman diablo o te llaman dios.

-Qué piensas tú, Pedro? ¿Nos hemos anticipado a nuestro tiempo?

Un largo silencio.

-Bueno, esta manera de volar siempre ha estado al alcance de quien quisiera aprender a descubrirla; y esto nada tiene que ver con el tiempo. A lo mejor nos hemos anticipado a la moda, a la manera de volar de la mayoría de las gaviotas.

-Eso ya es algo -dijo Juan, girando para planear invertidamente por un rato-. Eso es algo mejor que aquello de anticiparnos a nuestro tiempo.

Ocurrió justo una semana más tarde. Pedro se hallaba explicando los principios del vuelo a alta velocidad a una clase de nuevos alumnos. Acababa de salir de su picado desde cuatro mil metros -una verdadera estela gris disparada a pocos centímetros de la playa-, cuando un pajarito en su primer vuelo planeó justamente en su camino, llamando a su madre. En una décima de segundo, y para evitar al joven, Pedro Pablo Gaviota giró violentamente a la izquierda, y a más de trescientos kilómetros por hora fue a estrellarse contra una roca de sólido granito.

Fue para él como si la roca hubiese sido una dura y gigantesca puerta hacia otros mundos. Una avalancha de miedo y de espanto y de tinieblas se le echó encima junto con el golpe, y luego se sintió flotar en un cielo extraño, extraño, olvidando, recordando, olvidando; temeroso y triste y arrepentido; terriblemente arrepentido.

La voz le llegó como en aquel primer día en que había conocido a Juan Salvador Gaviota.

-El problema, Pedro, consiste en que debemos intentar la superación de nuestras limitaciones en orden, y con paciencia. No intentamos cruzar a través de rocas hasta algo más tarde en el programa.

-¡Juan!

-También conocido como el Hijo de la Gran Gaviota -dijo su instructor, secamente.

-¿Qué haces aquí? ¡Esa roca! ¿No he... no me había... muerto?

-Bueno, Pedro, ya está bien. Piensa. Si me estás hablando ahora, es obvio que no has muerto, ¿verdad? Lo que sí lograste hacer fue cambiar tu nivel de conciencia de manera algo brusca. Ahora te toca escoger. Puedes quedarte aquí y aprender en este nivel -que para que te enteres, es bastante más alto que el que dejaste-, o puedes volver y seguir trabajando en la Bandada. Los Mayores estaban deseando que ocurriera algún desastre y se han sorprendido de lo bien que les has complacido.

-Por supuesto que quiero volver a la Bandada. ¡Estoy apenas empezando con el nuevo grupo.!

-Muy bien, Pedro. ¿Te acuerdas de lo que decíamos acerca de que el cuerpo de uno no es más que el pensamiento puro...?